El capitalismo ha sido el sistema económico
más exitoso hasta ahora en la historia de la humanidad, creando riqueza como
nunca antes se había creado, gracias a la generación de incentivos para la
innovación y el emprendimiento. Donde sin embargo no ha funcionado es en la
distribución de la riqueza generada.
La razón de fondo es que la productividad
se genera en la actualidad desde el capital invertido en recursos naturales, en
capital industrial y en tecnología. La productividad sin embargo tiene su
origen en el capital intelectual. Es lo que hace posible la creación de valor,
fruto de la combinación de inteligencia, recursos naturales y recursos de
capital previamente existentes. Es la fuente real de innovación y
emprendimiento.
Tradicionalmente en el sistema económico
capitalista se remunera bien al capital financiero, al capital industrial y a
un grupo reducido de personas que aportan capacidad de gestión a las
organizaciones que generan valor. Últimamente han surgido, sin embargo,
empresas donde el aporte a la creación de valor es fundamentalmente originado
por el capital intelectual, mientras que el capital industrial es un commodity
y el capital financiero es el resultado (y no el origen) del capital
intelectual interactuando con el capital industrial. Empresas como Apple o
Google son las mejores exponentes de este nuevo paradigma.
Ambas empresas tienen en común una altísima
valoración del talento, que no está concentrado en un grupo reducido de
personas, sino que es condición para todos los puestos de trabajo de la
organización, independiente del nivel jerárquico que tengan. El paradigma es
que todos los equipos de trabajo deben ser “Equipo A”, es decir, lo mejor en
talento.
La novedad de este enfoque frente al
tradicional es que la productividad que de verdad crea valor es la
productividad intelectual generadas por los trabajadores, y que por lo tanto son
mejor remunerados. Como resultado, se crean productos y servicios de muy alto
valor agregado a precios mucho más bajos que los productos que se reemplaza,
generando mayores excedentes del consumidor, junto con utilidades y valoraciones
históricas en Bolsa. Es lo que ha sucedido con Apple. El iPhone reemplazó en un
solo dispositivo a un celular, más un “personal stereo”, más una cámara de
fotos, más un GPS, más un computador, etc. La parte industrial del iPhone – su
fabricación – se “comoditizó”. La producción de personal stereos, GPS, cámara
de fotos, etc. se “digitizó”, es decir, más que ser lo mismo en formato
digital, se transforman en algo distinto en formato digital, que resuelve mejor
las necesidades del mercado.
El factor “trabajo” – que se usa
fundamentalmente para operar el factor capital, que es el más importante en la
actual sociedad capitalista – es reemplazado por el factor “talento” que reemplaza
al factor capital como el más importante de la sociedad. Por ello a esta nueva
realidad se le denomina “Sociedad del Conocimiento”
Todas las tecnologías disruptivas son intensas
en el factor “talento”, como contraposición a los sectores tradicionales de la
economía que son intensas en el factor “trabajo”. Cuando el factor importante
es “trabajo”, da igual el sujeto desde donde se genera el factor. La
remuneración por lo tanto es más baja por dos razones: hay mayor oferta de
trabajo, y el valor aportado al producto final es menos relevante. Lo que está
demostrando la evidencia empírica es que cuando el factor “trabajo” se
reemplaza con el factor “talento”, el valor de lo producido genera un excedente
para el consumidor mucho más alto, los productos se valoran mucho más, y las
remuneraciones son mayores.
El corolario de esto es obvio: las
economías que sigan basándose en las industrias tradicionales, intensivas en
trabajo y/o capital financiero, tendrán menor valor y menores remuneraciones
que las relacionadas con tecnologías disruptivas. Un segundo corolario: las
economías que no desarrollen los talentos mediante una educación personalizada
y de calidad no podrán aprovechar los beneficios de economías basadas en
tecnologías disruptivas. Sus habitantes están condenados a tener peores
remuneraciones, y sus sistemas educacionales a ser tercermundistas.
La revolución digital no es un slogan de
una campaña publicitaria. Tampoco es algo que solo afectará un sector
minoritario de la sociedad. Afectará a toda la infraestructura productiva de
las economías, dejando en el sub desarrollo a todas quienes no la tomen en
serio. Las economías de América Latina están especialmente vulnerables ante los
efectos de la revolución digital. Si no cambian antes de diez o quince años su
matriz productiva y su sistema educacional, vienen años muy difíciles.
Alfredo Barriga