Sobre el impacto del Transantiago sobre la calidad de vida de millones de personas que se deben desplazar a diario a sus trabajos se ha hablado hasta la saciedad. Las soluciones que se han propuesto y que están implementándose hasta ahora apuntan todas en la misma dirección: aumentar la oferta de transporte y hacerla más eficiente. Pero, ¿por qué no actuar sobre la otra parte de la ecuación? ¿Qué tal reducir la oferta por esos servicios?
Entre los millones de personas que se desplazan a diario a su trabajo, hay cientos de miles cuyo trabajo esencialmente consiste en manejo de información. Esas personas podrían trabajar desde su casa, ahorrándose los gastos de desplazamiento, ganando en calidad de vida, gracias a disponer al menos de 3 horas diarias más para estar con los suyos, y reduciendo la presión por servicios de transporte en la Región Metropolitana.
Tres horas diarias suponen unas 600 horas al año, es decir, 25 días más al año para su libre uso. ¡Más días de lo que se toman de vacaciones!
Las externalidades económicas que tendría una medida de este tipo si es masiva van más allá de los beneficios directos a los afectados. Personas con tres horas más para ellas mismas al día pueden trabajar con menos ansiedad. Pueden atender a su casa (especialmente beneficioso para mujeres cabeza de familia que deben asumir el rol de madres y trabajadoras al mismo tiempo, sin apoyo de ningún tipo). Pueden ser más productivas.
Por otra parte, cada persona que es sacada de la calle ayuda a reducir los costos de su traslado. Hace más de 10 años atrás, la Municipalidad de Los Ángeles en USA hizo un plan por el cual entregó una subvención a las empresas que permitieran que sus empleados trabajaran desde la casa. Calcularon lo que eso significaría de ahorros a la Municipalidad – calles menos congestionadas, menores costos de reparación de “eventos”, menores requerimientos de guardias para tráfico, menores posibilidades de asaltos en lugares de trabajo, etc. La medida tuvo una buena acogida, y fue imitada en otros lugares. Hoy, en San José (California) donde está Sillicon Valley, prácticamente un 50% de las personas trabajan parcial o totalmente desde sus hogares.
Tecnológicamente Chile está preparado para implementar esta política. Las barreras son más de tipo culturales, y están bastante delimitadas.
De una parte, la sensación de que si alguien se va a trabajar desde la casa es equivalente a que “lo mandaron para la casa”, sinónimo de que fue despedido. Trabajar mediáticamente sobre este extremo ayudaría a superar esta barrera. De otra parte, la percepción o hipótesis, por parte de los empleadores, de que la persona que trabaja desde la casa “no hace la pega”. Esto requiere de un cambio en el marco contractual entre empleador y empleado. Actualmente, la filosofía detrás del marco contractual es que la gente, para “hacer el trabajo” tiene que “ir al trabajo”. Es un enfoque basado en la presencia en el lugar de trabajo, no en la eficiencia en el trabajo hecho. Este enfoque ha demostrado ser nocivo, llevando a nuestro país a ser de los que más horas laborales anuales tiene en el mundo… lo que no significa que sea, ni de lejos, el que más produce en el mundo con esas horas.
Dejo abierto este espacio para que envíen comentarios acerca de cómo materializar esta idea. Una discusión abierta sobre las diversas alternativas y sobre las ventajas u desventajas de cada una nos permitiría proponer una política de teletrabajo materializable. Y, en este caso, el tema si que es un tema político de alto impacto, que – con algo de imaginación y creatividad – nos permitiría tener mucha gente trabajando con TIC, mejorando procesos, productos, servicios y calidad de trabajo.
Alfredo Barriga
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