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lunes, 30 de marzo de 2020

Y nos hicimos digitales




El coronavirus ha hecho realidad muchos de los beneficios de la transformación digital, cambiando radicalmente nuestra forma de vida en apenas unas semanas. Aún no hemos hecho el cambio de paradigma, pero ya estamos viendo las ventajas. Estamos viviendo lo que describí hace 4 años en mi libro “Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afecta mi vida” (Amazon, 2016). Quienes hemos tomado el rol de “evangelizadores” de la nueva realidad – con poco éxito hasta ahora – nos hemos visto favorecidos en un corto espacio de tiempo por un factor externo que poco tiene que ver con el mundo digital: una pandemia mundial. La pregunta es si una vez superada volveremos a vivir como antes o definitivamente adoptaremos los nuevos paradigmas. Hay varios aspectos de nuestras vidas que podrían cambiar para siempre.

El trabajo. De repente, hemos dejado de “ir al trabajo” sin que por ello hayamos dejado de trabajar. Quizá lo más sorprendente haya sido lo sencillo que ha sido pasar de una modalidad a otra de trabajo. Ya no trabajamos por horario de presencia, sino por resultados y por entrega de trabajo. El cambio de paradigma será un nuevo contrato de prestaciones entre empresa y trabajador. La reciente ley aprobada de teletrabajo le dará un marco jurídico a esa relación. Empezarán a sobrar espacios de oficina, mientras se disparan los co-work.

Otra sorpresa ha sido que la productividad en la oficina no ha bajado. De repente, la discusión de las 40 horas es irrelevante. ¡nos han regalado más de 10 horas a la semana para estar con nuestras familias! Y ni al Estado ni a las empresas les ha costado un peso. ¿Cuánto tardábamos en ir al trabajo y volver a casa? Eso ya lo tenemos ganado. ¿Cuánto tiempo realmente dedicado a trabajar mientras estamos en cuarentena? Y, sin embargo, siendo menos horas de “presencia”, hemos sido capaces de entregar el mismo trabajo que antes nos requería casi 12 horas entre desplazamientos y estadía en el lugar de trabajo. ¿Sabremos apreciarlo? ¿Querremos continuar con esa forma de trabajo? ¿Querrán los políticos impulsores de las 40 horas aceptar que esta es una mejor solución, dejando de lado ideologías del siglo pasado?

Más sorprendente ha sido el camino seguido por la educación, especialmente la educación superior. De la nada, se han armado en tiempo récord plataformas digitales para la continuidad en las clases. Alumnos y profesores han sido capaces de adaptarse sin grandes dramas a la nueva modalidad. Como profesor universitario, lo he visto y vivido en primera persona. Nuestras universidades, al invertir en plataformas de gestión de la enseñanza (LMS, o Learning Management System, por sus siglas en inglés) nos han entregado además herramientas que cambian el paradigma de la forma de hacer clases, y que comenzaremos a utilizar.

Inicialmente, las plataformas las hemos utilizado para “hacer lo mismo, pero vía Internet”. Es decir, la típica modalidad de entrega de contenido en el aula con una power point de apoyo, pero a través de Internet. Los alumnos preguntan a través de un chat o “levantan la mano”, dependiendo de la plataforma que se utilice. Curiosamente, a pesar de que la metodología de enseñanza es la misma, la dinámica cambia. Hay más participación. Mis alumnos – que antes debían trasladarse a la facultad en la tarde para clases vespertinas, y llegaban a sus hogares pasadas las 10:30 de la noche – atienden clase desde sus casas. Una hora más para sus familias. Yo comencé a usar plataformas digitales para conferencias (no LMS) a partir del 18 O del año pasado. Las llamé “clases presenciales-virtuales”. Pedí a los alumnos que les pusieran nota. En general, promedio 7. Incluso tuve un #nomasclasespresenciales.

Ahora viene una segunda etapa, que es el cambio de metodología de enseñanza. Va a requerir un enorme esfuerzo por parte de los profesores, porque se trata de un cambio mayor. Tiene la ventaja de que, una vez generado el curso (usando variadas herramientas digitales educacionales, como videos, foros de discusión, evaluaciones online, conferencias) la entrega de contenido queda lista para los años siguientes (con las lógicas mejoras que surgen semestre a semestre), y el rol del profesor muta hacia una actividad de mentoring. Una especie de “Maestro Yoda”, gracias a la cual el alumno pasa a ser protagonista de su propia formación. Esto tiene la ventaja adicional de que adopta la modalidad de enseñanza que va a necesitar en el siglo 21. Más que aprender, debe “aprender a aprender”, y eso es exactamente lo que sucede en esta modalidad. Algo que me da mucha alegría, porque es la descripción exacta de cómo veía la formación superior en mi libro.

La cuarentena nos ha impuesto una dura realidad: no podemos socializar como antes. Mi padre murió de causas naturales el 19 de marzo. Un hombre muy conocido y admirado por muchos, que dejó además 60 descendientes directos hasta el nivel de bisnietos. No pudimos hacerle un funeral como se merecía. Pero, al menos, pude transmitirlo a todos los que quisieran verlo vía Jitsi. Su cumpleaños fue el pasado 28 de marzo. Con un trago en la mano, nos reunimos sus hijos vía Zoom para brindar por él, y apoyarnos mutuamente. No es lo mismo que vernos personalmente, pero salimos de nuestra reunión virtual con el corazón más cálido que cuando entramos.

Lo escrito son solo tres botones de muestra de cómo usando tecnologías digitales pudimos seguir con nuestras vidas – y en muchos casos, como las mejoramos. Considerando que la mayor parte de nuestro día a día lo dedicamos a trabajar, o a estudiar, o a relacionarnos socialmente, los tres ejemplos cubren prácticamente la mayor parte de nuestras vidas. Nos volvimos digitales. Y no fue un drama.

Alfredo Barriga Cifuentes
Profesor UDP

viernes, 6 de julio de 2018

Cambios revolucionarios en el sector automotriz mundial

En mayo de 2017 se anunció el despido del CEO de la Ford Motor Co., Mark Fields, y su reemplazo por James Hackett. Las acciones de Ford habían estado bajando sostenidamente desde que Fields tomó el cargo cuatro años antes, acumulando una pérdida del 40%, para quedar en un valor en bolsa de US$43.000 millones, por debajo de GM con US$49.000 millones. 

James Hackett hasta ahora era Presidente de la división de Ford de vehículos autónomos. Al parecer el Directorio de Ford y su presidente, Bill Ford Jr., no estaban contentos con el desempeño de la compañía y buscaron que las inversiones en automóviles autónomos, vehículos eléctricos y servicios de transporte darían finalmente frutos.

Uber gatilló un cambio en el modelo de negocios del transporte que se sigue transformando. Al establecer que el automóvil tiene sentido cuando se usa, pone en el centro del modelo de negocios una pregunta clave: la gente, ¿quiere tener un auto, o quiere transportarse en uno? Al parecer, el mercado está apostando más a la segunda hipótesis. Para las empresas manufactureras de automóviles ese enfoque tiene un lado muy interesante. Actualmente, la venta de automóviles es casi una industria de commodities (salvo los de alto valor). Las utilidades en empresas como GM vienen más por el financiamiento de los autos que vende. Pero he aquí que aparece un negocio más rentable: arrendar un auto, y pagar solo por uso. Hasta ahora, el negocio de arriendo de autos se basaba en arrendar por día. El nuevo paradigma es arrendar por minuto y por kilómetro. ¿Y quienes mejor preparados que los propios fabricantes de automóviles para entrar en ese negocio?

¿Cómo sería pagar un poco más o la misma mensualidad actual por un auto, para usar no uno sino tres o más alternativas diferentes, según las necesidades de cada momento? Un “city car” para ir al centro, una SUV para salir con la familia el fin de semana, un coupé para salir con la pareja, un sedán para ir a buscar a alguien importante al aeropuerto... Las automotrices quizá fabricarían menos autos, pero le sacarían mucho mayor rentabilidad de la que sacan ahora. Al parecer a eso están apuntando, y por ello las impaciencias en no avanzar.

Hace tiempo que la OCDE viene avisando que las verdaderas revoluciones del futuro no son solo tecnológicas sino en modelos de negocios. Y nadie, ante ese escenario, tiene el futuro garantizado.

Artículo aparecido en Estrategia el 17/5/2017

Alfredo Barriga Cifuentes
Profesor UCH y UDP
Consultor en Transformación Digital

Autor de “Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afectará mi vida”

jueves, 21 de junio de 2018

Inteligencia Artificial y ética

La Inteligencia Artificial (IA) es, como todas las tecnologías inventadas por la humanidad, una herramienta para ayudar a hacer más cosas, más rápido, y mejor. Como todas las tecnologías, está al servicio de la humanidad. Pero, como también sucede con muchas tecnologías, puede estar en contra de la humanidad.

Lo que hace de la IA diferente de las otras tecnologías que pueden perjudicar a la humanidad es que, en este caso, tiene la potencialidad de tomar cursos de acción de forma autónoma. Hasta ahora, las tecnologías que podían usarse para perjuicio de la humanidad, como la energía atómica, necesitaban de intervención humana. La IA puede, conceptualmente, hacerlo sin mediar voluntad humana. Puede hacerlo por si misma.

La ética es una dimensión moral, y como tal, es una dimensión estrictamente humana. Las tecnologías no tienen ética. Quien tiene ética es quien las usa. Sin embargo, la IA puede llevar potencialmente a cabo acciones que, desde el punto de vista humano, no son éticas, y puede llevarlas a cabo de forma autónoma, es decir, sin intervención humana. Es claro que como raza humana no debemos permitir que la IA llegue a generar un curso de acción que perjudique a personas. El peligro está en que por ser una tecnología que es manipulada por humanos, siempre puede haber alguien que desarrolle IA que perjudique a personas. Pero este peligro, así, en abstracto, ya lo conocemos. También existe el peligro que un loco aprete un botón que dispare un misil que a su vez gatille una guerra nuclear que borre a la humanidad de la faz de la Tierra. La humanidad ha vivido con ese peligro por décadas. Solo que el fin de la guerra fría nos hizo olvidar que existe.

Entonces, ¿qué hacer con la IA? ¿cómo evitar que llegue a generar cursos de acción que perjudiquen a la humanidad, a un grupo limitado de humanos o a una persona en particular?

Creo que evitar, lo que se dice evitar al 100%, no lo podemos hacer. Pero sí podemos hacer cosas que limiten esa posibilidad, aunque no la anulen. De igual forma que pudimos llevar a cabo cosas que limitaron la posibilidad de una guerra nuclear, aunque no la eliminaron.

La IA va a generar grandes beneficios a la humanidad. Como todo en la vida, ante grandes beneficios hay grandes riesgos. Creo que la humanidad, como la especie que más ha evolucionado en la Tierra, al final siempre acaba por ser consciente de los peligros que le acechan y descubre la forma de combatirlos. Por ello, creo que la humanidad sabrá conjurar los peligros que trae consigo la IA, y a la vez sabrá sacar todos los beneficios que traerá consigo.

Alfredo Barriga 
Consultor en Estrategia Digital e Innovación, 
Profesor Facultad Ingeniería Vespertina UDP,

Ex Secretario Ejecutivo de Desarrollo Digital 
(Publicado en Estrategia) 

Colaboración público-privada para el mayor desafío de Chile en los próximos años

Para la próxima década la mitad de los puestos de trabajo que existen en Chile se verán directamente afectados por la revolución tecnológica. Ello requiere rápidamente poner en marcha un enorme esfuerzo de capacitación de la fuerza laboral y un cambio en la malla curricular y en la metodología de enseñanza en toda la educación.

Esta es una tarea que excede con mucho las posibilidades de un organismo público central como el MINEDUC. Se requiere del esfuerzo coordinado del Estado, la Academia y el sector productivo. Es este último quien va a sentir en primer lugar los efectos de la revolución tecnológica. Por ello, cuanto antes debe diagnosticar el efecto que ésta va a tener en su actividad. Las asociaciones gremiales tienen departamentos de estudio que pueden encargarse de descubrir cómo va a cambiar su sector, haciendo un levantamiento de competencias y habilidades necesarias, identificando las necesidades de capacitación, y entregando sus conclusiones para que se generen programas de capacitación de la actual masa laboral. Creo que la labor que está haciendo el Consejo de Competencias Mineras es un ejemplo a seguir por el resto de la economía.

La academia debe adoptar rápidamente el formato de los “MOOC” (Massive Online Open Courses) para cubrir esas necesidades de capacitación a costos bajos con buena calidad. Hasta ahora han estado bastante renuentes de hacerlo, porque ven una amenaza a su modelo de negocios. Pero las principales universidades del mundo ya están allí desde hace cinco años. El portal coursera.org, tiene más de 170 Universidades con más de 2.500 seminarios en línea, y ya han pasado por sus aulas virtuales más de 35 millones de alumnos. Es una forma validada de atender la demanda enorme por capacitación en nuevas habilidades.

El Ministerio de Educación tiene que ponerse las pilas y cambiar la malla curricular de toda la enseñanza básica y media, así como la metodología de aprendizaje. Es algo que se debe hacer en etapas, pero no puede esperar cuatro años más para empezar a hacerse. Debe comenzar por capacitar a las escuelas y liceos del país para que hagan el tránsito hacia la cultura digital que promueve los mejores aprendizajes. La Fundación Chile ya está en ello. Su modelo debe escalarse.

Por último, hay una serie de iniciativas privadas autónomas que pueden ser escaladas para apoyar en este esfuerzo. Una de ellas es “Mujeres Programadoras”, que cuenta con el respaldo de DUOC, Fundacion Kodea y el JP Morgan. Debería escalarse con apoyo del Estado. Lo mismo para fundaciones como FEDES, que van en la línea de trabajos que no están en tanto riesgo de ser suprimidos, como soporte informático, telecomunicaciones o cuidado de enfermos.

La labor por delante es gigantesca. Nadie sobra. El Estado puede ser el gran coordinador, pero deberá aprovechar todo lo que ya existe en vez de intentar una vía propia. El tiempo vuela, y las oportunidades también. Es de esperar que esta vez sí lo hagamos bien.

Alfredo Barriga Cifuentes
Consultor en Transformación Digital
Profesor UDP
Ex Secretario ejecutivo de Desarrollo Digital
Autor del libro “Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afectará mi vida”
(Publicado en Estrategia) 

El Big Data puede convertirse en Big Brother

El gobierno chino implementará un sistema de “puntaje ciudadano” basado en la confiabilidad. Se llama SCS (sistema de crédito social) y consiste en un algoritmo que recoge información de comportamiento Online desde el punto de vista social, moral, político y financiero de más de 1.000 millones de chinos, con el objetivo de premiar al bueno y castigar al malo.

Está en marcha un “plan piloto” con millones de voluntarios. Todas las empresas del grupo Tencent (dueño de AliBaba) y otras grandes plataformas digitales de China están apoyando la iniciativa. Tiene aspectos muy positivos y otros muy negativos, al punto que casi dan susto.

En China no hay un sistema de información crediticio, lo cual deja fuera del acceso a tarjetas de crédito y créditos a cientos de millones de personas. La solución es ingeniosa y disruptiva: mediante algoritmos que procesan el comportamiento Online, se puede determinarla confiabilidad de una persona, y con ello otorgarle financiamiento. Una filial de AliBaba llamada Sesame Credit ya lo usa. Dentro de la información que se usa en el algoritmo están las multas de tránsito, el pago puntual de impuestos, y el tipo de compras que se hace habitualmente. Con toda esta información, el sistema podrá decir si se trata de un ciudadano inactivo en caso de que sólo compre videojuegos, o si se trata de un padre de familia responsable si en sus compras sobresalen los pañales y la comida para bebés.

Quienes obtengan un puntaje alto tendrán beneficios como el poder arrendar bicicletas o autos sin tener que dejar un depósito, o acceder a filas preferenciales en tiendas, bancos y hospitales.

El mismo concepto se utilizaría para valorar aspectos morales como la honestidad, el cumplimiento de la palabra, etc. La cosa se pone peluda cuando se extiende a la política. Es un sistema de control político de la población que pone en jaque las libertades. Es una herramienta peligrosa para actuales y futuras dictaduras. Pero la mayoría de los chinos está de acuerdo. Y es que China no conoce en su historia milenaria la experiencia de la democracia, y ve en este sistema solo una forma de mejorar su bienestar.

Creo que aquí hay una excelente herramienta que, bien usada, serviría para educar a los pueblos en los valores cívicos. Pero tiene el peligro de que las autoridades o las empresas lo usen con propósitos que coartan la libertad de elegir o de vivir de acuerdo con un proyecto de vida propio. Es como la energía nuclear: se puede usar para construir bombas que destruyen vidas o para tratamientos médicos que las salvan. Esperemos que prevalezca esto último.

Alfredo Barriga Cifuentes
Consultor en Transformación Digital
Profesor UDP
Ex Secretario ejecutivo de Desarrollo Digital
Autor del libro “Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afectará mi vida”
(Publicado en Estrategia)

Economía de Ecosistemas

Internet ha traído una verdadera revolución en la economía, de la cual se enseña poco o nada en las carreras universitarias.

A través de Internet y de plataformas digitales como los smartphones, tenemos millones de productos por los cuales el consumidor no paga. Dentro de un smartphone hay un celular, una cámara de fotos, una cámara de video, un GPS, un reloj, una alarma, un cronómetro, una linterna, y miles de libros y películas… gratis. El modelo de negocios va por el lado de la publicidad, pero el consumo directo es sin costo, y la utilidad o excedente del consumidor es del 100%.

A través de Internet ha surgido ahora un nuevo modelo de negocios basado en ecosistemas. Un ecosistema recrea un mercado donde se juntan oferta y demanda en una plataforma digital, cambiando radicalmente la forma en que se lleva a cabo el negocio. Por ejemplo, Alibaba es un ecosistema. Hace retail, pero ni compra, ni almacena, ni vende, ni despacha. Cobra. Y mueve mucho, mucho dinero. Jack Ma, su fundador, presume de que el ecosistema de Alibaba será la quinta economía del mundo para 2036, y las cifras le dan la razón. Dentro de Alibaba ya hay medios de pago y créditos de consumo (de momento, solo en China), con lo cual efectivamente es una economía digital, con cientos de millones de consumidores.

Otro tipo de ecosistema es el de la economía colaborativa, como Uber o AirBnB. Ambos han creado millones de trabajos en todo el mundo, de forma que en muy poco tiempo su oferta ha superado la que existía antes de que se inventaran. En los lugares donde hay Uber y Cabify, son más los vehículos que ofrecen este medio de transporte que el tradicional taxi.

Hay aún un tercer tipo de ecosistema, que es el que están creando las criptomonedas como Bitcoin. Dejando aparte la posible burbuja especulativa que lleva varios años, el hecho es que se ha convertido en un medio de pago que funciona, con el cual se pueden comprar y vender productos y servicios en Internet, e incluso transferir dinero entre países, que es convertido a moneda local como cualquier otra divisa.

Mc Kinsey denomina a la economía de ecosistemas “Management’s next frontier”. Y es que, junto al potencial inmenso que tienen los ecosistemas, su creación y desarrollo pone a prueba a la gerencia para crear modelos de negocios donde se genera una propuesta de valor al cliente radicalmente mejor que la que existe en el mercado, a la vez que entrega beneficios claros a los que participan del ecosistema. Es una plasmación empírica de las teorías de John Nash sobre modelos de negocio de suma superior a cero.

Alfredo Barriga 
Consultor en Estrategia Digital e Innovación 
Profesor Facultad Ingeniería UDP
Ex Secretario Ejecutivo de Desarrollo Digital 
(Publicado en Estrategia)


Co-work y Transantiago

Estuve recientemente en uno de los muchos “co-works” que están surgiendo en Santiago, y me recordaron un proyecto que tratamos de impulsar en el anterior Gobierno de Sebastián Piñera, referido al teletrabajo. Entonces se llamaban Smart Center, pero era lo mismo: un lugar de trabajo cercano al domicilio con conexión a Internet, y todos los servicios apropiados para una oficina.

Recuerdo haber ido a hablar con el entonces alcalde de Puente Alto, José Manuel Ossandón, mientras la Ley se estaba elaborando para ser presentada al Congreso. Enfoqué la reunión en el perjuicio económico que era para su comuna el hecho de que miles de habitantes de ahí tuvieran que ir a trabajar a Santiago – aparte de la mala calidad de vida que significa el tiempo invertido en ir y volver en horas peak. Efectivamente, si esas personas tuvieran un espacio donde trabajar dentro de su comuna, por lo menos almorzarían allí, lo cual generaría un buen ingreso a restaurantes y supermercados de la zona.

El proyecto de ley se elaboró, y nos encontramos con un escollo verdaderamente tonto: un trabajador dependiente que trabaje en un lugar fuera del domicilio de la empresa necesita de un supervisor en el mismo lugar. Los Smart Centers tenían que acoplarse a la figura de “sucursal” de la empresa, lo cual encarecía innecesariamente la solución. Hablando con la entonces Ministra Matthei, ese problema se superó.

La ley se presentó en primer trámite, y allí quedó durmiendo el sueño de los justos.

Los co-work, que son la nueva modalidad de Smart Center, han encontrado un uso que no estaba previsto en esa ley porque no aplica: el mercado de los freelancers (trabajadores autónomos) y microempresas, como Start Ups o pequeñas consultoras. Hay más de 1,5 millones de personas en Chile trabajando por cuenta propia, aunque no todos son sujetos de hacerlo desde un co-work, puesto que trabajan en la calle. Pero el número es suficiente como para que se haya generado rápidamente una emergente industria que, sin lugar a duda, solo va a crecer más.

Sería interesante que, bajo el auge de estos co-work, se volviera a tomar la Ley de teletrabajo, para que cientos de miles, quizá millones de personas en todo Chile pudieran trabajar desde la comuna donde viven. Sin necesidad de inversiones del Estado ni de empresas como Metro, se ahorrarían cientos de miles de millones de pesos a los trabajadores, a la vez que se descongestionaría el Transantiago en las horas peak. La calidad de vida de esos trabajadores mejoraría ostensiblemente, y la economía de las comunas donde viven tendría un empujón.

Invito a esta iniciativa al ministro del Trabajo y a la ministra de Transportes. En vez de seguir tratando de resolver el problema del Transantiago aumentando la oferta de buses para horas peak, quizá sea mejor reducir la demanda de transportes. También a los contratistas de Transantiago les vendría mejor porque tendrían un uso más eficiente de su flota.

Alfredo Barriga Cifuentes
Consultor en Transformación Digital
Profesor UDP
Autor de “Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afectará mi vida”

(Publicado en "Estrategia")