El coronavirus ha hecho realidad muchos de los beneficios de
la transformación digital, cambiando radicalmente nuestra forma de vida en
apenas unas semanas. Aún no hemos hecho el cambio de paradigma, pero ya estamos
viendo las ventajas. Estamos viviendo lo que describí hace 4 años en mi libro
“Futuro Presente: cómo la nueva revolución digital afecta mi vida” (Amazon,
2016). Quienes hemos tomado el rol de “evangelizadores” de la nueva realidad –
con poco éxito hasta ahora – nos hemos visto favorecidos en un corto espacio de
tiempo por un factor externo que poco tiene que ver con el mundo digital: una
pandemia mundial. La pregunta es si una vez superada volveremos a vivir como
antes o definitivamente adoptaremos los nuevos paradigmas. Hay varios aspectos
de nuestras vidas que podrían cambiar para siempre.
El trabajo. De repente, hemos dejado de “ir al trabajo” sin
que por ello hayamos dejado de trabajar. Quizá lo más sorprendente haya sido lo
sencillo que ha sido pasar de una modalidad a otra de trabajo. Ya no trabajamos
por horario de presencia, sino por resultados y por entrega de trabajo. El
cambio de paradigma será un nuevo contrato de prestaciones entre empresa y
trabajador. La reciente ley aprobada de teletrabajo le dará un marco jurídico a
esa relación. Empezarán a sobrar espacios de oficina, mientras se disparan los
co-work.
Otra sorpresa ha sido que la productividad en la oficina no
ha bajado. De repente, la discusión de las 40 horas es irrelevante. ¡nos han
regalado más de 10 horas a la semana para estar con nuestras familias! Y ni al
Estado ni a las empresas les ha costado un peso. ¿Cuánto tardábamos en ir al
trabajo y volver a casa? Eso ya lo tenemos ganado. ¿Cuánto tiempo realmente
dedicado a trabajar mientras estamos en cuarentena? Y, sin embargo, siendo
menos horas de “presencia”, hemos sido capaces de entregar el mismo trabajo que
antes nos requería casi 12 horas entre desplazamientos y estadía en el lugar de
trabajo. ¿Sabremos apreciarlo? ¿Querremos continuar con esa forma de trabajo?
¿Querrán los políticos impulsores de las 40 horas aceptar que esta es una mejor
solución, dejando de lado ideologías del siglo pasado?
Más sorprendente ha sido el camino seguido por la educación,
especialmente la educación superior. De la nada, se han armado en tiempo récord
plataformas digitales para la continuidad en las clases. Alumnos y profesores
han sido capaces de adaptarse sin grandes dramas a la nueva modalidad. Como
profesor universitario, lo he visto y vivido en primera persona. Nuestras
universidades, al invertir en plataformas de gestión de la enseñanza (LMS, o
Learning Management System, por sus siglas en inglés) nos han entregado además herramientas
que cambian el paradigma de la forma de hacer clases, y que comenzaremos a
utilizar.
Inicialmente, las plataformas las hemos utilizado para
“hacer lo mismo, pero vía Internet”. Es decir, la típica modalidad de entrega
de contenido en el aula con una power point de apoyo, pero a través de
Internet. Los alumnos preguntan a través de un chat o “levantan la mano”,
dependiendo de la plataforma que se utilice. Curiosamente, a pesar de que la
metodología de enseñanza es la misma, la dinámica cambia. Hay más
participación. Mis alumnos – que antes debían trasladarse a la facultad en la
tarde para clases vespertinas, y llegaban a sus hogares pasadas las 10:30 de la
noche – atienden clase desde sus casas. Una hora más para sus familias. Yo
comencé a usar plataformas digitales para conferencias (no LMS) a partir del 18
O del año pasado. Las llamé “clases presenciales-virtuales”. Pedí a los alumnos
que les pusieran nota. En general, promedio 7. Incluso tuve un
#nomasclasespresenciales.
Ahora viene una segunda etapa, que es el cambio de
metodología de enseñanza. Va a requerir un enorme esfuerzo por parte de los
profesores, porque se trata de un cambio mayor. Tiene la ventaja de que, una
vez generado el curso (usando variadas herramientas digitales educacionales,
como videos, foros de discusión, evaluaciones online, conferencias) la entrega
de contenido queda lista para los años siguientes (con las lógicas mejoras que
surgen semestre a semestre), y el rol del profesor muta hacia una actividad de
mentoring. Una especie de “Maestro Yoda”, gracias a la cual el alumno pasa a
ser protagonista de su propia formación. Esto tiene la ventaja adicional de que
adopta la modalidad de enseñanza que va a necesitar en el siglo 21. Más que
aprender, debe “aprender a aprender”, y eso es exactamente lo que sucede en
esta modalidad. Algo que me da mucha alegría, porque es la descripción exacta
de cómo veía la formación superior en mi libro.
La cuarentena nos ha impuesto una dura realidad: no podemos
socializar como antes. Mi padre murió de causas naturales el 19 de marzo. Un
hombre muy conocido y admirado por muchos, que dejó además 60 descendientes
directos hasta el nivel de bisnietos. No pudimos hacerle un funeral como se
merecía. Pero, al menos, pude transmitirlo a todos los que quisieran verlo vía
Jitsi. Su cumpleaños fue el pasado 28 de marzo. Con un trago en la mano, nos reunimos
sus hijos vía Zoom para brindar por él, y apoyarnos mutuamente. No es lo mismo
que vernos personalmente, pero salimos de nuestra reunión virtual con el corazón
más cálido que cuando entramos.
Lo escrito son solo tres botones de muestra de cómo usando
tecnologías digitales pudimos seguir con nuestras vidas – y en muchos casos,
como las mejoramos. Considerando que la mayor parte de nuestro día a día lo dedicamos
a trabajar, o a estudiar, o a relacionarnos socialmente, los tres ejemplos
cubren prácticamente la mayor parte de nuestras vidas. Nos volvimos digitales.
Y no fue un drama.
Alfredo
Barriga Cifuentes
Profesor UDP